domingo, 19 de junio de 2011

Estaba escrito.

Os voy a contar una historia. Pero no se lo conteis a nadie es un secreto. Trato hecho.
Yo, con unos precioso 8 años, tenía la impresión , la sensación de que la música comenzaba a llamarme más de lo normal. Y entonces decidí decirle a mi madre que quería tocar algún instrumento. Pero no era algún instrumento, era el instrumento. Mi cariñoso piano. Nada más verlo tan majestuoso, elegante siempre con un chaque impecable, negro charol, con ese taburete rojo. Como si fuera su amante siempre con él, hasta el final.
Me senté, me encontraba indecisa, temorosa, noté que mi sueño comenzaba a hacerse realidad. Y de repente toqué esa tecla blanca. Sentí un escalofrío, un destino, fue un flechazo, unas mariposas en la barriga. Tenía miedo, mucho, de que no llevara bien el compás, el tempo, producir un sonido tan horrible que mi sueño se desvaneciera. Pero este diguió su cauce.
Y quién me diría a mí que tras estos años no he hecho más que tocar y mejorar. Lo que comenzó por un presentimiento de una pequeña niña de 8 años ha terminado con una chica de 16 años con un instrumento detrás de su espalda. Siempre. Que caprichoso es el destino.

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