domingo, 13 de noviembre de 2011

La influencia de un espíritu romántico.


Os voy a contar una de mis historias: 
Una noche como otra cualquiera estaba pasándomelo en grande con mis amigas, mi vida. Pensaba en él, porque voy a engañarme, pensaba en él como todos los días desde que le conocí. Este imbécil me dejó marcada por mucho tiempo.
Mientras íbamos andando por esta cuidad llena de gente borracha, pletóricas de alegrías, de gente besándose, de gente feliz, sin problemas aparentes, me lo volví a encontrar. Cosas del destino.
Ya sé que no es que viva en una cuidad muy grande, pero hablando de miles de personas era un poco difícil que nos encontráramos en el mismo sitio, en el mismo atajo para entrar a esa carpa. Esa noche no es que estuviera espléndida, ni mucho menos. Llovía, hacía frío y te echaba de menos, una mala combinación.
Volvió a ser un flechazo, me quedé embobada mirándote, sin saber como reaccionar, sin saber que era lo que debía de hacer y decir. Caí de las nubes y me dí cuenta de que tú ya me habías visto y tu sonrisa estaba entablando una conversación muda con la mía desde la distancia.
Mis pies se empezaron a mover y también mis neuronas. Necesitaba sacar un tema para retenerte aunque solo fueran unos minutos junto a mí. Aunque todavía estuviéramos de camino uno del otro ya me habías alegrado la noche. ¿Era fácil hacerme feliz verdad? Sí, lo era...
Tuvimos un frío saludo, yo en mi mente me comías a besos. Llevábamos mucho tiempo sin vernos y me dí cuenta de que tú cara se me estaba olvidando, además de lo bueno que estabas. 
Y sin quererlo te giraste, no sé si fue por recochineo pero una chica bajita y rubia te cogía la mano y no te soltaba. Te estaba reclamando. Mientras todo esto sucedía no paró ni un instante de mirarme, diciéndome con la mirada: " No te acerques zorra, este es mío" y unas sonrisillas falsas salieron de su boca de piñón.
Me fui, me fui corriendo. Lo más que podía, los tacones no me ayudaron mucho. Tenía miedo de que al estar unos segundos más contigo vieras como mis ojos comenzaban a inundarse y el dolor, mostrado en mi rostro, cuando mi corazón se empezara a desmoronar.
La cara es el espejo del alma así que yo llevo siete años de mala suerte encima de mi espalda.

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