sábado, 5 de mayo de 2012

Como la espumita del cola-cao.

¿Porqué coño tenía que estar tan guapa por las mañanas? La miraba, y la volvía a mirar. Nunca me cansaré de ella. Adoraba verla entre mis sábanas, con su boca abierta enseñando sus sexys labios y su meticulosa costumbre por tener los dientes perfectos. Su pelo recogido en un moño mal hecho. Aún tenía las sombras de los ojos perfectas aunque el rimel había dejado su huella en mi almohada al igual que su perfume dulzón. Su cuello estilizado con la gargantilla que se compró en Roma. Su espalda desnuda. No quería que nadie, mas que yo, pudiera besar esa constelación de lunares de su espalda. Sus brazos entrelazados entre mi pecho y sus piernas unidas a las mías como un candado. Por  fin la tenía conmigo; tanto amor silencioso por fin tuvo sus frutos. Pero mereció la pena, ahora la tenía aquí, con nadie más. 
Hice café, zumo de naranja, compré sus napolitanas favoritas y cogí prestada una rosa del balcón de la vecina. Lo llevé a la cama; y con un besito en la nariz y un te quiero, mi princesa se despertó. 
¿Quién dijo que los despertares no pueden ser perfectos? 

- Tú eres el producto de innumerables parejas que durante siglos buscaron el amor.

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